Cada vez
que llego al parque...
Cada vez
que llego al Parque de Punta de Vacas, lo primero que hago es ir a la Sala. De
fondo están las montañas, esas que parecen inmutables pero que cambian
permanentemente su luminosidad y textura, insinuando la profundidad de sus
entrañas. Me acerco a la cúpula radiante donde en lo alto flamean saludando las
banderolas naranjas y cruzo el umbral.
El rito
habitual consiste en sentarme en ese espacio vacío y no hacer nada. Simplemente
abandonarme, soltando amarras, dejarme ir, renunciado a toda pretensión. Al
principio no era fácil ignorar los
movimientos mentales, dejar toda creencia y toda aspiración por urgentes o
inspiradas que éstas fueran… pero la certeza de que lo único válido era el
silencio para que el vacío se expresara, pronto se convirtió en un hábito
progresivo.
Así de
rápido… no bien pasados algunos minutos, percibo en el corazón una correntada
lejana que se acerca bondadosamente, en el siguiente instante un intenso viento
ascendente me arrebata, alivianando lo que quedaba de peso, ahuyentando con su
luminosidad la inercia oscura… y ascendemos y ascendemos vertiginosamente con
una alegría de niño que va volando en su columpio. Entonces registro como si mi
cuerpo se desmaterializara, como si se evaporara y una luz corpuscular me atraviesa completamente.
Si logro
abandonarme aún más, traspasado por el silencio y como si perdiera la cordura
al quedar sin actos ni contenidos, ese soplo ascendente despierta la fuerza
contenida en mi cuerpo y la eleva desde la remota profundidad, como serpiente
ondulante, librando todo a su paso hasta sumergirse nuevamente; esta vez en la
altura sin límites de la mente despejada.
¿De dónde
viene y hacia dónde va esta intensa correntada de vida? parece tan propia y al
mismo tiempo parece tan otra, sustentada por invisibles manos divinas y que en
las alturas desaparece en las estelas ondulantes del vacío. A veces regresan
ecos y son como chispazos sugerentes, reflejos de luna, pintados en el ir y venir
de las olas en un mar desestabilizado. Olas que se arrojan vibrantes hasta
llegar a la orilla de mi ser.
Andrés K.
Parque
Punta de Vacas, 10 noviembre 2012
La resistencia
La resistencia es mucho más que la dificultad
parece superior a todas mis fuerzas
imposible de superar
es un tope que pone fin
a las aspiraciones mas preciadas
Tiene una irresistible atracción
identificación total
uno es sumergido sin salir más a flote
sin embargo…
hay algo que aletea libre en mi interior
La resistencia viene como una ola enorme
que te paraliza con su pavor
y eso que aletea libre en uno
dice que solo hay que capearla
sumergiéndome en la profundidad de su raíz
hasta superar la cresta de su oleaje
Si te paralizas, te revuelca
te toma entre sus remolinos
para no soltarte ya más
hasta arrojarte a la orilla de los naufragios
de las cosas inertes, sin vida
y sin sentido
Pero al traspasarla
guiado por el intangible propósito
hay un instante de contemplación sublime
montado a horcajadas sobre los impedimentos
más allá
de aquello que parecía imposible
Entonces te das cuenta
de la profundidad insondable del mar
la cercanía luminosa del cielo
y tembloroso agradezco
haber recuperado la vida
y el sentido
Andrés K
1 octubre 2012
Esta noche…
Hoy es mi primera noche.
De improviso se silenció la carretera cercana, recordé que a partir de hoy el paso cordillerano quedaba cerrado justamente desde esta hora (horario de invierno).
No había ningún ruido, mientras poco a poco el sonido de los ríos que se juntaban allá abajo se escuchaba acá arriba como eco en las montañas.
Ningún ruido, solo de vez en cuando un rumor lejano se acercaba convertido en viento.
Ningún ruido, mientras caía en cuenta del zumbido de mis oídos o solo el sonido de mis pasos sobre la gravilla del camino o el vuelo justo encima de un avión que no veía o el flamear de las banderolas o mi corazón conmocionado o mis pensamientos apaciguados o una alegría creciente.
La luna se asomaba intermitente entre las nubes que dejaban caer una suave llovizna o dejaban entrever las estrellas en la profundidad del cielo o teñían de tonalidades grises el contraluz de las alturas.
La luna se asomaba intermitente entre las nubes que dejaban caer una suave llovizna o dejaban entrever las estrellas en la profundidad del cielo o teñían de tonalidades grises el contraluz de las alturas.
No había nadie, nadie en kilómetros, a lo lejos parpadeaban las luces abandonadas de Punta de Vacas, acá cerca hacía mi recorrido nocturno como cuidador del parque, rodeado del resplandor tenue de la nieve en las montañas.
Esta noche el silencio lo inundó todo y descendió como alimento que iluminaba por dentro, no había nadie y sin embargo los sentí a todos más cerca que nunca.
Esta noche el silencio lo inundó todo y descendió como alimento que iluminaba por dentro, no había nadie y sin embargo los sentí a todos más cerca que nunca.
Necesitaba detener mis pasos cada tanto para escuchar y alimentarme del silencio impreso en cada objeto del parque, en la fuente, en la cúpula iluminada de la sala, en el monolito, en cada estela, en los caminos que conectaban todo, en las piedras y matorrales hay un silencio que hablaba ahora en la mitad de la noche y que penetraba de una manera desconocida y extraordinaria por cada poro del cuerpo, hay aquí una profundidad viva y palpitante.
Estuve así horas, afuera, dando vueltas y escuchando ese silencio hasta que se me helaron las orejas, feliz con una felicidad nueva, poco habitual, agradecido de estar aquí en el Parque de Punta de Vacas.
Estuve así horas, afuera, dando vueltas y escuchando ese silencio hasta que se me helaron las orejas, feliz con una felicidad nueva, poco habitual, agradecido de estar aquí en el Parque de Punta de Vacas.
A propósito hay una maravillosa descripción sobre los parques hecha por Eduardo G, (en la web de este parque), que vale la pena leer…
Andrés K.
1 junio 2012
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